25 de julio de 2008


Michelle Bachelet, la Virgen de los Sicarios

Por Antonella Salazar V.


El silenciamiento que los medios de comunicaciones realizan sistemáticamente con las múltiples expresiones de violencia generadas por la desigualdad y segregación social, política y económica imperante en Chile raya en conductas propias del lúmpen. No obstante, a este silenciamiento se suma un encubrimiento permanente de la realidad por la vía de dirversionismos y montajes políticos burdos (el “general del pueblo,” sin duda uno de los más aberrantes, pues las limpiezas de imagen con el legado histórico del progresismo son habituales); los cuales no solo develan un comportamiento patológico digno de análisis siquiátrico, sino también dinámicas de control social propias de regímenes totalitarios. Así, nuestro opaco espejo social se desdobla en una proyección dual que por un lado refleja la triste imagen de una sociedad que ha sido inducida a un estado síquico cuya resiliencia y letargo han inhibido la capacidad de discernimiento entre lo falso y lo verosímil; y por otro, un pasado dictatorial que se eternaliza en el presente. Es así como poco sorprende la oportunista amnesia del carroñero “progresismo” chileno y las faranduleras rencillas generadas tanto al interior del Pinochetista fundo de la Alianza como del de la neoliberal Concertación, pues dichas representaciones son algunas de las tantas aristas de un presente decadente que se prepara para el comienzo de un nuevo reality electoral. Sin embargo, antes de teorizar sobre las posibles coyunturas políticas que dicho evento generará, me parece imperioso analizar las consecuencias que para nosotras, las mujeres, ha traído el gobierno de la primera Presidenta; a quien he identificado como la Virgen de los Sicarios.
Si bien la complicidad y compromiso económico, político, social y cultural de la Concertación con las imposiciones estructurales heredadas desde dictadura son evidentes, para algunos talvez puede no serlo la desesperada necesidad que éstos tienen por ocultar tal realidad. Su incapacidad para seguir disfrazando la disfuncionalidad con su propósito político genésico de restaurar la justicia y democracia en Chile los ha llevado a tomar medidas extremas como lo fue el ascenso de Bachelet a la presidencia. (Bajo la misma lógica es inevitable no comparar la directa relación que existe entre la crisis ecónomica que vive EE.UU. y su necesidad de oxigenar su régimen político a través de la inclusión de representantes para dos segmentos sociales excluídos como lo son las mujeres con la ex-candidata Hillary Clinton y la población negra con Barack Obama). Aún cuando algunas personas pudieron pensar que con Bachelet se avecinaba un cambio, la decisión de la Concertación al escogerla como su candidata, al igual como lo fue el triunfo de Obama ante Clinton, no fue producto del azar. En nuestro caso, la apuesta Concertacionista se amparó no solo en la vital necesidad de airear su neoliberal y anti popular proyecto político, sino también en la garantía que les proporcionaba la existencia de una ignorancia que ha sido institucionalizada y naturalizada abiertamente desde la dictadura hasta la fecha. Para los patriarcas capitalistas criollos el fin jamás cambió pues que Bachelet, como ella misma bromeara durante su campaña, reuniera todos los “pecados:” ser mujer, “socialista,” separada y agnóstica poco importaba (la particular religiosidad de su agnosticismo demuestra la camaleónica actitud de estos profesionales del oportunismo), ya que su neoliberal proyecto político y la feudal omnipresente sombra de Ricardo Lagos aseguraban su condición de niña símbolo del patriarcado capitalista chilensis y la mantención del status quo. De este modo, las maternales -casi virginales- representaciones ideológicas construídas en función del cuerpo de Bachelet generaron dispositivos mecánicos de solidaridad de género, los que producto de la ignorancia, los atávicos anhelos de justicia y reconocimiento histórico de las mujeres, y el conjunto de construcciones culturales simbólicas de dominación incubadas en nuestras siquis por siglos no solo ayudaron en la consecución de su objetivo, sino que además sirvieron para manipular, confundir y neutralizar aún más la lucha de las mujeres en Chile.
Aun cuando el origen socio-económico de Michelle Bachelet y sus inherentes intereses económicos y políticos siempre vaticinaron la ausencia de transformaciones mínimas que implicaran avances cualitativos en el infrahumano status económico, político y social al que la mayoría de las mujeres estamos relegadas en este país, es imposible permanecer impasible ante la agudización de éste. Las íntimas, ingenuas y silenciosas plegarias de quienes creyeron que la elección de Bachelet representaba “un quiebre cultural con un pasado de sexismo y misoginia,” como ella misma declarara para el New York Times a fines del año pasado, no solo encontraron oídos sordos, claramente ya no bastaba con rezar, sino que además se dirigían a la “mensajera equivocada.” Pese a que durante el último tiempo la violencia intrafamiliar se ha visibilizado un poco más, el aumento de femicidios, la ausencia de protección legal ante ellos y otras formas de violencia, el incremento de mujeres desempleadas, la grotesca cosificación mediática del cuerpo feminino y la nula voluntad política de Bachelet por subvertir alguna de estas formas de violencia de género; demandan nuestra acción organizada inmediata. En efecto, cuando Jill Radford y Diana E.H. Russell en su libro Femicide: The Politics of Woman Killing definieron el femicidio “como el asesinato misógino de mujeres solo por el hecho de ser mujeres;” pretendían establecer la existencia de un continuum de violencia sexual que permitiera entender tanto la dimensión política de diversas expresiones de violencia de género que van desde la violación hasta la pornografía, como su intríseca conexión con la mantención del patriarcado (pp. 3,4). Sin embargo, el sistemático ocultamiento de los distintos tipos de violencia de género dentro de la nebulosa esfera familiar, la impune objetivación comunicacional de las mujeres y la creciente femenización de la pobreza no solo han contribuido a fortalecer la dominación capitalista patriarcal, sino que además han plasmado un carácter femicida a la cómplice gestión política de Bachelet.
Cada vez se ve más nítidamente el maquiavélico transfondo de la decisión que llevó a la Concertación a escoger una mujer para representarlos, pues ha sido durante su gobierno que se han producido los retrocesos más significativos en nuestra situación durante el último tiempo. Refrescar nuestra frágil memoria es imperioso, por eso es necesario no olvidar que ha sido durante la “matria” de Bachelet que se produjo el retiro e ilegalización de la píldora del día después como anticonceptivo de emergencia, como el desvergonzado intento de retirar la entrega de dispositivos intra uterinos que permiten que cientos de miles de mujeres que no pueden acceder a otros métodos anticonceptivos puedan tener control de su sexualidad. Ha sido durante este gobierno que se han televisado incontables programas cuyos mensajes directos no sólo inducen a la violencia de género, sino que además refuerzan roles de género que favorecen la subordinación de las mujeres; fatal condena que según los manuales criminales visuales disponibles en varios canales solo se subvierte perpetrando desesperados homicidios. Ha sido también durante esta administración que por primera vez se transmite EN VIVO la violación y golpiza real de una mujer por su cónyuge, denigrante y doloroso espéctaculo propiedad de la reaccionaria y enferma mente de Ricardo Claro, reconocido misógino en cuya casa televisiva trabajan mayoritariamente hombres. Mientras, el Sernam haciendo gala de su vergonzosa ineficacia y negligencia guarda un silencio cómplice que, para su infortunio, en los últimos días se ha visto obligado a romper ante las numerosas denuncias de mujeres por la teleserie nocturna del canal del oficialismo. Para terminar, con una enumeración que bien podría eternalizarce, me parece que la recientemente aprobada ley de educación (LGE) es una prueba lapidaria de la falta de voluntad política para terminar con el sexismo y misoginia imperante, pues hasta ante los ojos de un ciego es evidente que las políticas de género tendientes a generar cambios culturales sustanciales deben ser un elemento estructural del sistema de educación formal. Sin embargo, en la LGE nada se dice sobre género y sexualidad ya que ésta representa un proyecto ideológico que solo vela por los intereres políticos y económicos de las clases dominantes de este país. Indudablemente Michelle Bachelet ha concedido muchos favores a los sicarios del patriarcado capitalista chileno. No obstante, las posibilidades de terminar con la violencia de género así como con nuestra exclusión social, económica y política se encuentran primigeniamente en la transgresión de las tácticas de control y subordinación como la impunidad y el olvido, a través de nuestra acción organizada; gérmen necesario para el alumbramiento de un movimiento de mujeres que sea capaz de visualizar entre nuestras diferencias la universalización de la opresión.






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